He querido subir imágenes y hablar de esta ilustración durante mucho tiempo, casi tanto como lo que me ha llevado terminarla. Va a ser una entrada algo más extensa de lo habitual en el blog, pero espero que resulte entretenido dedicar un tiempo a leerla. Antes de todo, os explico lo que me llevó a embarcarme en esta pintura.
Para resumir mucho, se trata de un obsequio en reconocimiento del interés mostrado por un amigo de la familia a raíz de un tema médico. Un trance complicado en el que su ayuda resultó fundamental para la curación y la recuperación de calidad de vida. Opino que cualquier profesión palidece en comparación con los profesionales médicos cuando la enfermedad se cruza en la vida. Como ya he dicho, todo se desarrolló de manera satisfactoria. ¿Qué podría regalar yo como signo de gratitud? Un cuadro. Además, el primero que he realizado en mi vida. Y aquí podemos discutir sobre herramientas y pintura.
La foto de partida.
¿Resulta atrevido hablar de pintura sin haberme manchado las manos durante el proceso? No lo sé, es la realidad. Creo que el proceso de llevar esta fotografía hasta el resultado final no se ha distanciado mucho de las técnicas pictóricas más académicas. Bases, colores, sombras, contrastes y pátinas. Me siento mucho más cómodo frente al ordenador con este tipo de ilustraciones, quizás por la costumbre. Hoy en día no me veo frente a un caballete con pinceles de verdad, aunque en los últimos meses he dibujado mucho al aire libre y reconozco que la sensación no puede compararse al trato con el ordenador. De todos modos el aprendizaje, algo que considero crucial, puede servirme para iniciarme en la pintura tradicional más adelante. No descarto nada.
Dejamos atrás los matices y nos ponemos a pintar, que ya es hora. El cuadro me ha llevado un año de trabajo, eso sí, repartidos en fines de semana. Un tiempo que por circunstancias del trabajo diario se me ha escapado de las manos y que he simultaneado con otro extenso trabajo como ha sido escribir mi primera novela. Sí, ha sido un año de retos. La imagen de inicio la tenéis arriba. Tomé varias durante una mañana nublada, buscando un ángulo cómodo y atractivo. Sobre todo que aportara efecto de profundidad al cuadro. Me resultaba insuficiente retratar la iglesia sólo de frente, me parecía que tendría poco peso. Tomadas estas decisiones iniciales, era hora de darle al pincel digital.
La esquina inicial.
Las decisiones estaban tomadas, ¿pero estaba en lo correcto? Admito que trabajar de manera tan minuciosa en los ladrillos, en cada ladrillo, me dió más de un quebradero de cabeza. Vigilaba en todo momento que no se fugara de verdad el punto de fuga. Podía estar todo muy detallado y con una paleta de colores muy acertada, pero si la arquitectura no estaba bien respetada sería un desastre. Teniendo en cuenta esa precaución y tras ver el resultado de las ventanas superiores me convencí del resultado satisfactorio final. Y, naturalmente, seguí dándole al pincel digital.
También admito que el proceso tuvo momentos tediosos, sobre todo en lo relacionado con porciones sólo formadas por hileras de ladrillo. Pero algo estaba claro: había que terminar. He pasado muy por encima de un par de aspectos: el primero, no quería usar trucos digitales. El segundo, fuí trazando con la foto como referencia todas las líneas para borrarlas en la última fase. Digamos que hay una parte del trabajo a base de líneas azules que quedará como estructura invisible. Pasadas las partes más repetitivas, me lo pasé bien tanto con ventanas como con la portada principal. Un soplo de aire fresco en este juego de colores en el que el cuadro ganó en profundidad y en matices, sobre todo gracias a la madera oscura del templo. Los arcos también fueron un ejercicio de paciencia, pero digamos que el trabajo dejado atrás comenzaba a ser mayor que el restante.
Una zona muy atractiva con varios elementos y planos de profundidad.
En lo práctico, y es patente en las imágenes, opté por subir el contraste de la imagen. Como he dicho el día era nublado y, aunque las sombras arrojadas sí me parecieron muy significativas, la foto de inicio me parecía un tanto desangelada. También reforcé los tonos fríos, morados sobre todo, para conseguir el contraste en las sombras. El estilo se enmarca en el género hiper-realista ( así lo quiero creer y así lo he intentado ), pero también era obvia la necesidad de un trabajo personal sobre la paleta de colores.
Una nueva zona, una disposición diferente de las hileras de ladrillo, nuevos elementos y sombras curiosas. El final estaba cerca y por las fechas calculo que andábamos ya por abril de 2011. La perspectiva ayudó a que la superficie fuera menor y el grado de detalle más inapreciable. Pero esta lógica no me sirvió demasiado y seguí trabajando con el mismo nivel de detalle hasta el final. Es una cualidad que me ha acompañado desde siempre en lo referente al dibujo y creo que en ilustración, pintura, diseño y otras disciplinas similares renunciar a la forma individual de ver las cosas es un error. También quería pasármelo bien durante el proceso, así que hubo ladrillos diferenciados y sombreados hasta el final.
Sombras vistosas y detalles llevados al extremo: timbre en la puerta del sagrario.
La última parte consistió en “colocar” las letras en el rótulo sobre la entrada y dar algunos toques al cielo. Basándome en la portada de un libro que ví días antes de empezar la pintura, decidí no complicarlo. Me gusta mucho intentar hacer cielos realistas, incluso en el cómic donde se corre el peligro de que un atardecer lo tape un bocadillo de texto, pero pensé que sería aligerar e igualar los planos. El resultado final ya estaba y podía plantearme nuevas pinturas. Por ahora estoy experimentando con lápices acuarelables y recuperando un poco el dibujo de cómics personales, que tenía abandonado, pero no dudo que pronto encontraré un nuevo lugar que retratar de esta manera.
Resultado final en pantalla.
La parte mecánica acarreó quebraderos de cabeza. Por una parte es sorprendente la calidad de impresión en lienzo, el soporte elegido. Por otra los malentendidos pueden llevar bastantes paseos y los hubo, y bastantes, a la hora de la impresión. Maneras de llevar un servicio al cliente que sorprenden un poco, pero este no es lugar para marcas ni quejas. Al final el cuadro se convirtió en físico. Creo que aquí radica la principal diferencia entre la pintura y el trabajo digital. Mientras en la primera cuentas con algo físico en la segunda pareces trabajar con aire, viendo un resultado aparente que no es nada sin pinturas y telas.
El grano del lienzo en un detalle final.
Todo el tiempo fue bien empleado al ver la cara de satisfacción de la persona destinataria de la pintura después de desenvolver, nervioso, el paquete. Una pintura, parte de lo que hago y en último término de lo que soy, con la iglesia en la que me bauticé como motivo, situada cerca del domicilio en el que la obra ocupa un trozo de pared. Todo dentro de un barrio que llevo en las raíces. Quizás podría haber encontrado una manera más rápida de pintarlo o un regalo menos personal, pero todo el tiempo ha valido la pena.